Todas las tardes de invierno y verano se reúnen en el bar casino del pueblo, el Alcalde, El Médico, el Secretario del Ayuntamiento y el Cura, después de comer, para echar la partida de dominó obligatoria, pagando la pareja que pierde. Y como nó, el pelota oficial Macarico el púa. Macarico el púa, era el clásico abogao de secano del pueblo, con pantalón raído de pana negro, camisa blanca y boina, con el cigarro de caldo gallina, apagado, cayendo en los labios. Tenia en su casa, "El Abogado en Casa" un libro publicado en 1935, con cuatro nociones y plantillas de escritos, por lo que en el pueblo, era una autoridad jurídica que por las tardes, era consultado por los vecinos que tenían algún problema, especialmente con las lindes. Se sienta al revés en la silla, con el respaldo por delante, apoyando ambos brazos en el respaldo. Sigue las manos que se realizan y a toro pasado, recrimina a los que se quedan con el seis doble ahorcado criticando las incidencias, soliviantando a los jugadores, ya de por sí alterados por tener que pagar la convidá. A las cuatro o cinco manos de la partida, Macarico, se queda en silencio dormido todas las tardes, dejando caer su ronquido beatífico a los diez minutos. Y así día tras día. D. Juan el médico, un joven de treinta años, ex tunero de pandereta, cachondo y juerguista durante su estancia en la Universidad de Granada, no deja de dar vueltas a su cabeza, para librarse del moscón de Macario. Hasta que cree dar con la solución, para librarse de la pejiguera. Así que un día le preparan la encerrona. Comienzan la partida y como siempre, Macario, dice lo que hubiera hecho para ganar cada partida, hasta que le llega el sueño y se pone a roncar como todos los días.