En realidad no pensaba hoy hablar de la envidia, tenía preparada un rentrée algo más simpática, pero como casi siempre me ocurre después de tener el tema cortado, hilvanado, sobrehilado y a punto, decido cambiar en el último momento y me ha vuelto a suceder. Ayer estaba yo practicando el popular deporte del zapineo cuando aterricé en la 2 y me encontré con “pecadores impequeibols” un nuevo programa de ese genial Forges que despegó anoche, hablaban de la envidia y pase un rato tan divertido que pensé ¿Por qué no? Así que hoy me sumergiré en la envidia, ese monstruo de ojos turbios.
Bajo el poderoso maleficio de la envidia somos incapaces de alegrarnos de los éxitos y alegrías ajenas, porque la envidia es uno de los sentimientos más dañinos y paralizantes, de los siete pecados capitales es el único que no produce ningún placer. Ahí tenemos la gula, la lujuria, la maravillosa pereza, incluso la ira que nos permite soltar adrenalina y quedarnos tan ricamente relajaditos, pero ¿la envidia? No, ni ella ni sus siniestros hermanos los celos, el rencor, la rabia y el resentimiento producen la mínima satisfacción, y es además un sentimiento con efecto boomerang, perjudica al envidiado más bien poco porque no se suele enterar, pero también al que la manifiesta porque es un sentimiento que causa sufrimiento. La envidia cochina mata y la victima es el sufriente envidioso.
Siempre que escucho la expresión “envidia sana” me pregunto ¿existe realmente la envidia sana? Porque no sé que puede tener de sano un sentimiento colmado de rencor y malos deseos, la envidia “sana” es una máscara detrás de la cual nos escondemos, una forma de falsear la envidia asquerosita para quedar bien ante el público. “Fulanita va siempre ideal, tiene un tipazo ¡me da una envidia! Pero sana ¿eh?”… ¡mentira podrida! Lo que menganita desea es que fulanita eche un culo como un pandero, que los vaqueros le marquen unas cartucheras propias de un vaquero con dos pistolones y que las mechas se vuelvan verdosas con el cloro de la piscina, no importa como lo adornemos, la envidia es envidia. Yo, desde luego, prefiero que no me envidien sanamente, porque aunque sea muy sano el sentimiento, no sé, me da como yuyu, a ver si me van a manchar el karma o algo. Y luego está la bonita frase, no exenta de ¡arrrrrgggg! que es “me alegro por ti”, o sea en realidad no me alegro, en el fondo no me alegro en absoluto, incluso me jode bastante tu éxito, me mata ese pedazo de novio… pero por ti, bueno, me alegro… hombre, mejor que la envidia “sana” desde luego es.
Y ahora viene la pregunta comprometida ¿Es la envidia el deporte nacional? Parece que Borges no tenía ninguna duda al respecto cuando afirmó: “El tema de la envidia es muy español. Los españoles siempre están pensando en la envidia, para decir que algo es bueno dicen “es envidiable”. Yo diría que los españoles no somos más envidiosos que el resto del mundo, más bien los otros son más hipócritas y disimulan, además ahí tenemos a Caín el primer envidioso que no era de Cuenca precisamente… aunque claro, luego nos damos una vuelta por el refranero español y encontramos que está lleno de juicios peyorativos sobre los pueblos y como muestra tenemos botones para elegir “Hijos de Madrid, ni uno bueno entre mil”, “Cordobés, falso y cortés”, “Albacete míralo y vete”…. Normalmente estas simpáticas apreciaciones han nacido en el pueblo de al lado, por no hablar de los gentilicios acabados en “ina”, que todas son “putas finas”, es igual una granadina, salmantina o mallorquina, si acaba en "ina" su honorabilidad queda por los suelos, esto sí que es muy español, porque nunca he escuchado decir esto mismo de las neoyorquinas, que también son “inas” pero no son del pueblo o comunidad vecina y no envidiamos que tengan un polideportivo más grande, una fuente más luminosa, una iglesia románica, un alcalde más chorizo... porque puestos a ser envidiosos no paramos en barras.
Yo institucionalizaría el día 22 de diciembre como "Día nacional de la envidia", algunos optimistas irredentos dicen que es el día de la salud, eso tan escuchado de "no me ha tocado la lotería, pero lo importante es la salud"...¡Mentira! confieso que a mí me corroe la envidia cada vez que veo a los afortunados duchándose con champan, cosa que nunca he logrado entender con el frío que hace en diciembre, y diciendo mientras dan botes como pingüinos cistíticos, la estupidez de "tapar agujeros" que la frasecita ya me suena fatal y es que me entra un ataque de envidia verde y repulsiva, y todos los años juro que es la última vez que juego, apago la televisión y me voy a celebrar a la calle el día nacional de la envidia con mis envidiosos amigos y comentamos que el Gordo ha caído otra vez en Móstoles, que el año pasado también, mientas ahogamos al monstruo verde en un botellín de Mahou.
¡Ay Señor, qué mala es la envidia!... Y lo que nos cuesta alimentarla.
La bruja de Gredos se despide hasta el próximo maldito lunes.