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LA ENVIDIA, ESE MONSTRUO DE OJOS TURBIOS. 23/09/2014

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blancabianca:
En realidad no pensaba hoy hablar de la envidia, tenía preparada un rentrée algo más simpática, pero como casi siempre  me ocurre después de tener el tema cortado, hilvanado,  sobrehilado y a punto, decido  cambiar en el último momento y me ha vuelto a suceder. Ayer estaba yo practicando el popular deporte del zapineo cuando aterricé en la 2 y me encontré con “pecadores impequeibols” un nuevo programa de ese genial Forges que despegó anoche, hablaban de la envidia y pase un rato tan divertido que pensé ¿Por qué no? Así que hoy me sumergiré en la envidia, ese monstruo de ojos turbios.

Bajo el poderoso maleficio de la envidia somos incapaces de alegrarnos de los éxitos y alegrías ajenas, porque la envidia es uno de los sentimientos más dañinos y paralizantes, de los siete pecados capitales es el único que no produce  ningún placer. Ahí tenemos la gula, la lujuria, la maravillosa pereza, incluso la ira que nos permite soltar  adrenalina y quedarnos tan ricamente relajaditos, pero ¿la envidia? No, ni ella ni sus siniestros hermanos los celos, el rencor, la rabia y el resentimiento producen la mínima satisfacción, y es además un sentimiento con efecto boomerang, perjudica al envidiado más bien poco porque no se suele enterar, pero también al que la manifiesta porque es un sentimiento que causa sufrimiento. La envidia cochina mata y  la victima es el sufriente envidioso.
Siempre que escucho la expresión “envidia sana” me pregunto ¿existe realmente la envidia sana? Porque no sé que puede tener de sano un sentimiento colmado de rencor y   malos deseos, la envidia “sana” es una máscara detrás de la cual nos escondemos,  una forma de falsear la envidia asquerosita para quedar bien ante el público. “Fulanita va siempre ideal, tiene un  tipazo ¡me da una envidia! Pero sana ¿eh?”… ¡mentira podrida! Lo que menganita desea es que fulanita eche un culo como un pandero, que  los vaqueros le marquen unas cartucheras propias de un vaquero  con dos pistolones y que las  mechas se vuelvan verdosas con el cloro de la piscina, no importa como lo adornemos, la envidia es envidia. Yo, desde luego, prefiero que no me envidien sanamente, porque aunque sea muy sano el sentimiento, no sé, me da como yuyu, a ver si me van a manchar el karma o algo. Y luego está la bonita frase, no exenta de ¡arrrrrgggg! que es  “me alegro por ti”, o sea en realidad no me alegro, en el fondo no me alegro en absoluto, incluso me jode bastante tu éxito, me mata ese pedazo de novio… pero por ti, bueno, me alegro… hombre, mejor que la envidia “sana” desde luego es.

Y ahora viene la  pregunta comprometida ¿Es la envidia el deporte nacional? Parece que Borges no tenía ninguna duda al respecto cuando afirmó: “El tema de la envidia es muy español. Los españoles siempre están pensando en la envidia, para decir que algo es bueno dicen  “es envidiable”. Yo diría  que los españoles no somos más envidiosos que el resto del mundo, más bien  los otros son más hipócritas y disimulan, además ahí tenemos a Caín el primer envidioso que no era de Cuenca precisamente… aunque claro, luego nos damos una vuelta por el refranero español y encontramos que está lleno de juicios peyorativos sobre los pueblos y como muestra tenemos botones para elegir “Hijos de Madrid, ni uno bueno entre mil”, “Cordobés, falso y  cortés”, “Albacete míralo y vete”…. Normalmente estas simpáticas apreciaciones han nacido en el pueblo de al lado, por no hablar de los gentilicios acabados en “ina”, que todas son “putas finas”, es igual una granadina, salmantina o mallorquina, si acaba en "ina" su honorabilidad queda por los suelos, esto sí que es muy español, porque nunca he escuchado decir esto mismo de las neoyorquinas, que también son “inas” pero no son del pueblo o comunidad vecina y no envidiamos que tengan un polideportivo más grande, una fuente más luminosa, una iglesia románica, un alcalde más chorizo... porque puestos a ser envidiosos no paramos en barras.

Yo institucionalizaría el día 22 de diciembre como "Día nacional de la envidia", algunos optimistas irredentos dicen que es el día de la salud, eso tan  escuchado de "no me ha tocado la  lotería, pero lo importante es la salud"...¡Mentira! confieso que a mí me corroe la envidia cada vez que veo a los afortunados duchándose con champan, cosa que nunca he logrado entender con el frío que hace en diciembre, y diciendo mientras dan botes como pingüinos cistíticos, la estupidez de "tapar agujeros" que la frasecita ya me suena fatal y es que me entra un ataque de envidia verde y repulsiva, y todos los años juro que es la última vez que juego, apago la televisión y me voy a celebrar a la calle el día nacional de la envidia con mis envidiosos amigos y comentamos que el Gordo ha caído otra vez en Móstoles, que el año pasado también, mientas ahogamos al monstruo verde en un botellín de Mahou.

¡Ay Señor, qué mala es la envidia!... Y lo que nos cuesta alimentarla.

La bruja de Gredos se despide hasta el próximo maldito lunes.

Brotes:
Nuevamente, "envidio" sanamente por supuesto. Mejor dicho "admiro" la agilidad mental y el dominio del lenguaje que manejas tan acertadamente en cada uno de tus magníficos Lunes. Creo que los envidosos y las envidiosas, de acuerdo con las teorías de Bibiana la miembra, habría que encuadrarlos en el numeroso grupo de las personas tóxicas.Sus palabras pueden motivar y levantar a una persona o la pueden herir profundamente y aplastar. Hay personas que han tenido una vida tan llena de amor, equilibrio, y cosas positivas y es así como funcionan por la vida; van dando a los que las rodean. Sin embargo, hay otras, que cargan un saco lleno de decepciones, problemas y actitudes negativas que van repartiendo en su camino casi con quienquiera que sea.
Estas personas tóxicas están reflejando el mundo que vive en su interior: negatividad, resentimiento, envidia, celos, crítica, frustración, baja autoestima, inseguridad, necesidad de ser reconocidos, aprobados y ser importantes. Por desgracia lo que consiguen con su actitud es justamente lo contrario. Las personas tienden a alejarse de ellos y ser cautelosos e incluso sentir miedo o muchísima tensión porque la relación se torna difícil muy seguido.
También hay personas que muestran pasividad y se hacen pasar por mosquitas muertas, son los llorones, que necesitan constantemente de tu ayuda, los de la vela perpetua, los solitarios, critican incansablemente a los demás, son metiches, y despiden con su actitud pura lástima. Todos las conocemos por desgracia y suerte para nosotros, si las detectamos a tiempo de huir de ellas, antes de que sintamos sus efectos negativos. Saludos Blanca.

Toreador:
Todo es exactamente igual que lo describes querida Blanca, ya "tocaba el deporte nacional" de la envidia el mismisimo Cervantes en una de sus Novelas Ejemplares y Quevedo ponía a parir a los envidiosos. Nos vendra en los genes? Eso ya no lo sé,  pero que es algo congenito no lo pongo en duda.
Solo hay un punto en el que difiero, Brotes se me ha adelantado en su comentario, la sana envidia. Quizá carece el español de la palabra adecuada para describir esa sensación  Por ejemplo, yo siento envidia de tu dominio del español, de tu rapidez de pensamiento y de la facilidad de expresarte hablando y no digamos escribiendo. Es admiración sin duda alguna, pero también es envidia sana de no poder llegar a tu altura.
Aparte de ese tipo de envidia no siento otra, sencillamente porque estoy satisfecho de lo que tengo y deseo siempre que los demás disfruten de lo suyo. Nunca sentí rencor de los que más tienen, ni resentimiento alguno
de como administran los otros lo suyo.
El tema de hoy lo has bordado. Ya casi me atreveria a decir algo usual en ti.  No te lo digo directamente para evitsr que alguien pueda pensar en adulación.  No lo es.

admin:
"  Nunca sentí rencor de los que más tienen, ni resentimiento alguno
de como administran los otros lo suyo." Tore. espero no sea una indirecta al administrador.

VANIO:
La envidia y el síndrome de Solomon
En 1951, el reconocido psicólogo estadounidense Solomon Asch fue a un instituto para realizar una prueba de visión. Al menos eso es lo que les dijo a los 123 jóvenes voluntarios que participaron –sin saberlo– en un experimento sobre la conducta humana en un entorno social. El experimento era muy simple. En una clase de un colegio se juntó a un grupo de siete alumnos, los cuales estaban compinchados con Asch. Mientras, un octavo estudiante entraba en la sala creyendo que el resto de chavales participaban en la misma prueba de visión que él.
Haciéndose pasar por oculista, Asch les mostraba tres líneas verticales de diferentes longitudes, dibujadas junto a una cuarta línea. De izquierda a derecha, la primera y la cuarta medían exactamente lo mismo. Entonces Asch les pedía que dijesen en voz alta cuál de entre las tres líneas verticales era igual a la otra dibujada justo al lado. Y lo organizaba de tal manera que el alumno que hacía de cobaya del experimento siempre respondiera en último lugar, habiendo escuchado la opinión del resto de compañeros.
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