He tomado el título prestado de la magnífica novela de John Steinbeck, aunque no creo que me den un Pulitzer por esto.
Esta tarde he asistido a una reunión de la comunidad de propietarios, después de tan traumática experiencia hoy divagaré sobre la ira.
La ira, la violencia y todos los jinetes del Apocalipsis al galope cabalgan desbocados en las reuniones de la comunidad, cualquier tema baladí se eleva al rango de asunto de Estado, emergencia nuclear, código rojo… el administrador mira al vacio con gesto de lobotomizado mientras la ira se desata a su alrededor.
La ira, poderosa emoción, incluso algunos disfrutan –disfrutamos- con ella en algún momento; hay una ira explosiva que estalla y se apaga con la misma rapidez, pero también existe una ira que se va cociendo a fuego lento, creciendo, extendiéndose como una mancha roja - la imagino de color rojo sangre- esa es la peligrosa, la que se acaba convirtiendo en odio.
Yo en realidad soy admiradora y partidaria de la flema británica, esa que te permite permanecer impasible y sin inmutarte ante los sucesos de la vida, ya sean positivos, negativos o mediopensionistas, desde luego es sin duda un interesante ahorro emocional y entre la explosiva ira y la ironía refinada me quedo con esta última, si de lo que se trata es de fastidiar al contrario un iracundo ¡imbécil! No llega más allá, pero la ironía siempre resulta más punzante e hiriente, que es de lo que se trata. No olvidemos que la ironía es la sonrisa de la inteligencia.
Este asunto de la flema lo intento y lo trabajo, aunque no siempre con óptimos resultados. Cuando toco este tema recuerdo a mi padre, dotado de un envidiable sentido del humor y una maravillosa e inteligente ironía, jamás perdía la calma, ni siquiera yo lograba sacarle de sus casillas; eso es admirable desde luego, porque cuando me pongo a ello soy muy intratable e irritante, así que mi padre cuando me ponía en plan bestia me miraba fijamente y me decía “la contumacia en el error es cosa de necios ¿Quieres ser una necia? “ yo naturalmente respondía que sí, que quería ser necia, que me daba igual ¡qué, qué, qué!…. mi ira se estrellaba una y otra vez contra su actitud serena, inalterable y tranquila, hasta que se agotaba y se disolvía. La serenidad es el mejor antídoto contra la ira, no cabe duda.
A veces me pregunto si la ira no será muchas veces es un mecanismo de defensa ante la estulticia, la injusticia y la incompetencia ajenas. Hace un par de meses tuve que solucionar un tema en Hacienda, después de deambular por un laberinto de pisos, pasillos, puertas, mesas, ventanillas, soluciono el asunto satisfactoriamente con una funcionaria amable y eficiente que se llama Ana y es malagueña, un primor…. Ahora hay que pasar por registro, planta baja, mesa cinco…bajo y localizo la mesa, mal asunto, la funcionaria de 120 años de edad ni me mira, “stnopdorgstrrlo”, interpreto que ha dicho “esto no puedo registrarlo”….`Perdón ¿Cómo dice? Mi ira se desata, lanzo una mirada asesina… “¿Ah no? Pues usted verá, porque yo no me muevo de aquí” … mi ira va en aumento y suelto un par de lindezas, los veinte que hay en la cola en lugar de solidarizarse conmigo me lanzan miradas asesinas llenas de ira, se monta una fiesta iracunda en toda regla, pero al final la hiena coge un teléfono.... llama a Ana... baja Ana tan amable y eficiente y en diez minutos solucionamos el tema. La ira ha vencido a la estulticia, es interesante tener mala leche a veces porque el mundo está lleno de hienas gordas que te quieren complicar la vida.
Ahora la pregunta habitual ¿Somos los españoles un pueblo iracundo? Pues algún malasombra dijo que “El español es un hombre bajito que siempre está irritado” y desde luego no sé si es exactamente así, pero un vocabulario rico en palabras injuriosas desde luego sí tenemos, interjecciones y tacos para cada ocasión, sonoros, rotundos y descriptivos, también poseemos un amplio repertorio de sinónimos menos virulentos, que por cierto suenan bastante estúpidos, donde esté un ¡coño! Que se quite un corcholis.
Pero si queremos ver las iras desatadas vayamos al fútbol, se insulta al equipo contrario, se insulta al árbitro y en pleno éxtasis iracundo se insulta al equipo de nuestros amores. Como no me gusta el fútbol no vivo el ambiente de los estadios, pero sí alguna vez he visto un partido importante en dónde se ven estas cosas, es decir en un bareto… se podría escribir todo un tratado sobre la ira, el tipo que tengo al lado se desgañita hablando con la pantalla de plasma, el que hay a su lado le grita a su vez y en medio de ese guirigay yo no puedo añorar la flema inglesa porque los hooligans son todavía más bestias.
Y no digamos nada del volante, es agarrar el volante y cualquier ciudadano normalito se convierte en un monstruo de agresividad.
La ira, ese impulso incontrolable.
La Bruja de Gredos.