VELAZQUEZ
PRÍNCIPE DE LOS PINTORES
29.10.2015 Aunque resulte tarea imposible abarcar en toda su extensión el genio creador de este incomparable pintor, intentaremos dar una visión del personaje en sus diferentes facetas: como ser humano, y como el artista que logró pintar la perspectiva aérea de manera tan magistral que, a día de hoy, nadie la ha igualado, y, menos aún, lógicamente, superado.
Comenzaremos por su vida, para, poco a poco, ir viendo su trayectoria artística, sus comienzos, y más tarde en la Villa y Corte, como pintor de cámara de Felipe IV.
Su vida Velázquez, un año más joven que Zurbarán y dos más viejo que Alonso Cano, viene al mundo en 1599. Forma parte de esa generación que nace con el siglo y a la que pertenecen, fuera de España, Van Dyck y Bernini. En el campo de nuestras letras, es un contemporáneo de Calderón.
Ve la luz primera en Sevilla y es hijo de Juan Rodríguez de Silva, de padres portugueses, y de Jerónima Velázquez, de familia sevillana. Aunque al final de su vida suele firmarse Diego de Silva, se le conoce por el apellido materno, y con él sólo figura en el nombramiento de pintor de Felipe IV. Al contar los doce años lo vemos estudiando con Francisco Pacheco, artista de no muchos quilates, pero de la suficiente perspicacia para descubrir muy pronto el talento del discípulo, y lo suficientemente comprensivo para saber respetar su personalidad. Pacheco lo contempla siempre entusiasmado y termina casándole con su hija, aunque, como él mismo escribe, tiene en más el ser su maestro que su suegro. Probablemente Velázquez no aprende mucho de él, pero sí le debe haberse formado en un ambiente culto, de gente de letras, y el acceso a las puertas de la corte.
Después de un primer intento en 1622, Velázquez, protegido por el Conde-duque y por los sevillanos amigos de Pacheco, es al año siguiente introducido en la corte y, gracias al resonante triunfo del primer retrato que hace de Felipe IV, ya no sale de ella. Nombrado por el monarca pintor de cámara y alternando sus actividades artísticas con sus funciones palatinas, en las que termina siendo aposentador mayor, transcurre el resto de su vida en Palacio.
A cargo suyo las colecciones reales, son sus nuevos maestros los grandes pintores, sobre todo los venecianos, en ellas representados por obras de primer orden. De Rubens, el gran astro del nuevo siglo, hay ya lienzos muy importantes, pero además en 1628 el propio artista se presenta en la corte, y Velázquez le acompaña en diversas ocasiones y recibe sus consejos. El más importante debe de ser el del viaje a Italia, que emprende en 1629 a costa del monarca, provisto de cartas de presentación para sus principales cortes. En Venecia se aloja en casa de nuestro embajador, y en Roma, en el Vaticano. Después de haber visitado las principales ciudades y haber llegado hasta Nápoles, donde debe de tratar a Ribera, regresa al cabo de año y medio.
Reintegrado al servicio real, continúa haciendo retratos y colabora en la decoración del Palacio del Buen Retiro, construido por su protector el todopoderoso conde-duque de Olivares. En los desgraciados días de la guerra de Cataluña, acompaña al monarca en la jornada de Aragón (1644), y años más tarde, en 1469, marcha de nuevo a Italia.
Artista ya famoso, lo hace ahora enviado por Felipe IV para adquirir estatuas y cuadros con que decorar las nuevas salas de Palacio. Velázquez, sin los quehaceres palatinos, en la plenitud de su gloria y entre tanta obra de arte de primer orden, está muy a gusto en Italia. En Roma retrata al propio Pontífice Inocencio X. Pero Felipe IV le necesita, le llama reiteradamente, y al fin, le ordena que regrese. En 1651 se encuentra de nuevo en Madrid y es nombrado aposentador de Palacio, cargo importante que, no obstante el tiempo que resta a sus pinceles, le permite pintar obras como
Las Meninas y
Las hilanderas.
En 1658 Felipe IV le concede el hábito de Santiago. Dos años más tarde cuida, en función de su cargo, del viaje del monarca a la isla de los Faisanes en el Bidasoa para casar a su hija con Luis XIV. Son para él más de setenta días de intenso trabajo y constante movimiento, que deben de minar su salud, probablemente ya quebrantada. A su regreso a Madrid apenas le resta mes y medio de vida.
Felipe IV, que le sobrevive cinco años, hace pintar sobre su pecho la Cruz de Santiago en el cuadro de
Las Meninas, donde le ha permitido retratarse.
A Velázquez le conocemos, sobre todo, por su autorretrato de cuerpo entero en el citado cuadro, y por otro, sólo de la cabeza, en el Museo de Valencia.
Aunque sabemos poco de su carácter, los que le conocen elogian en él su fino ingenio y encarecen su flema. Persona modesta y bondadosa, gusta de favorecer a otros pintores, y, nada ambicioso, no aprovecha su trato frecuente con el monarca para prosperar desmedidamente. Su obra, relativamente reducida, parece justificar la flema de que le tachan sus contemporáneos.