LAS TRES DICTADURAS
31.08.18.-
El concepto dictadura será entendido aquí en su expresión más obvia, a saber, regímenes que anulan la clásica división de poderes, concentrándolos todos en el ejecutivo y apoyados en la fuerza represiva (policía, para-militares y militares).
Valga decir que las tres dictaduras latinoamericanas a las cuales me referiré -la cubana, la nicaragüense y la venezolana- no solo cumplen con los requisitos elementales que llevan a caracterizar a un régimen como dictatorial, sino, además, agregan formas de dominación no equivalentes con las dictaduras clásicas del siglo XX.
En efecto, no se trata de dictaduras totalitarias como fueron las de Stalin, Hitler y Mao Tse Tung, entendiendo por totalitarismo la apropiación del espacio público y privado por la omnipotencia estatal, en el sentido otorgado por Hannah Arendt al término. Ni carismáticas de acuerdo a la tríada formada por la tradición, la religión y la cultura, según Max Weber primero, y después por la misma Hannah Arendt. Ni personalistas (principio del caudillo) de acuerdo a las definiciones de Carl Schmitt tomadas del español Donoso Cortés.
En cierto modo podemos hablar de dictaduras mutantes. A veces aparecen en formato militarista. Otras, bajo la égida de un caudillo. Y en algunas ocasiones, como simples autocracias. Lo mismo ocurre con sus formas de representación ideológica. Por lo general intentan vincularse a grandes mitos nacionales (Martí en Cuba, Bolívar en Venezuela, Sandino en Nicaragua) los que combinan con consignas marxistas de silabario. Son fascistas a veces, estalinistas otras, o simplemente populistas.
Pues si hay algo que las une, es su ductibilidad. Más aún, ni siquiera pueden ser consideradas como latinoamericanas típicas. Objetivamente corresponden a formas de dominación (¿post-modernas?) que existen en otros continentes, como la Rusia de Putin, la Bielorusia de Lukashenko, la Turquía de Erdogan, la Hungría de Orban. Son en fin, las tres, aunque surgieron en el siglo XX, dictaduras del siglo XXl en versión latinoamericana.
Las tres poseen una legitimidad de orígen: la de una revolución democrática (Cuba) o electoral (Venezuela) o ambas (Nicaragua). Ninguna llegó al poder como resultado de un golpe militar a lo Videla o a lo Pinochet. Pero ya en el gobierno, emprenden, primero lentamente, después de modo más progresivo, la demolición de los pilares de la democracia moderna, camino al cual comienza lentamente a sumarse la Bolivia de Evo mediante la adopción del principio de reelección indefinida. Si eso llega a consumarse, las tres dictaduras, como fue el caso de Los Tres Mosqueteros, serán cuatro.
Desde el momento que ascienden al gobierno los portadores de “la revolución” comienzan a apropiarse del estado hasta llegar al punto en que gobierno y estado terminan siendo sinónimos. Tiene lugar así la formación del Partido Estado al cual son incorporados mediante sueldos fabulosos y corrupciones inmensas, generales y oficiales de alto rango. Ya constituida la nueva clase de estado, iniciará una verdadera lucha de clases desde arriba hacia abajo cuyo objetivo final es asegurar su poder absoluto.
Para ello será necesario destruir tres segmentos no estatales: el aparato productivo (empresarios y obreros), las clases medias profesionales y la clase política opositora.
Solo en función del primer objetivo se entiende la economía política practicada por esas dictaduras. La economía nacional - es lo que no han captado muchos estudiosos- es puesta al servicio de la mantención y reproducción del poder de la clase estatal dominante. Por eso, medidas económicas que según cualquiera escuela parecen aberrantes, si se sigue la lógica de quienes manejan los mecanismos del poder, se entienden perfectamente. Pues para ellos no se trata de aumentar la producción, ni de nivelar salarios, ni de alcanzar una mayor igualdad, sino de destruir radicalmente al antiguo orden político y social. Tiene razón entonces Nicolás Maduro al hablar de “guerra económica”. Para él la economía es un arma de destrucción masiva.
Tales dictaduras son, dicho en el peor sentido del término, auténticamente revolucionarias. Su objetivo central es transformar a la sociedad de acuerdo a los intereses comunes a toda la clase de estado. Una revolución en sentido inverso. No la de los de abajo en contra de los de arriba, sino la de los de arriba en contra de los de abajo. En cierto sentido apuntan, como ya advirtió Arendt acerca de los totalitarismos modernos, a la transformación de una sociedad de clases en una sociedad de masas.
Obreros y campesinos son convertidos -después de la destrucción de los centros productivos- en masa pauperizada. Tarjetas de racionamientos, bonos de subsidios y limosnas patrióticas, son mecanismos que aplicados llevarán a la dependencia biológica de las grandes masas con respecto al Estado.
Destruido el sistema productivo, tendrá lugar, además, la formación de un lumpen-proletariado sin proletariado. Mendigos, rateros, asaltantes o simplemente andrajosos pululando en las calles, como tan bien describiera a la “Cuba profunda” el escritor Leonardo Padura en su novela La Transparencia del Tiempo. Y por cierto, la prostitución, el “petróleo de Cuba” descubierto y organizado por los Castro.
Cuba, que linda es Cuba. Barcos llenos de turistas norteamericanos y europeos ansiosos de “carne fresca” de ambos sexos arriban semanalmente a la Habana. Hoteles que ni en sueños habitaron, bellezas que jamás pudieron tocar, ritos sexuales clandestinizados en los países de orígen, practicados a precio de huevo bajo los retratos del Che, Fidel y Chávez.
Una variante distinta al “socialismo petrolero” venezolano y al “socialismo hotelero” cubano parecía ser el “capitalismo social” instaurado en Nicaragua por la dictadura Ortega-Murillo. Bajo la consigna de construir el socialismo, el régimen optó por otra secuencia. En primer lugar no destruyó el de por sí débil aparato productivo, simplemente “lo compró”. Para el efecto, intensificó relaciones con empresas extranjeras, principalmente norteamericanas. Así, bajo el llamado socialismo sandinista, Nicaragua pasó a ser uno de los países más dependientes del capital externo de América Latina. A fin de alcanzar ese rango, Ortega realizó dos movidas adicionales. Por una parte ofreció a las empresas una mano de obra abundante y barata.
Por otra, transfirió, vía subsidios, remesas de capital destinadas a mantener la adhesión de los sectores laborales. Con lo que no calculó el autócrata fue que bajo la égida del capitalismo subsidiado, el sector laboral iba a crecer notablemente de modo que los reclamos sociales comenzarían a hacerse cada vez más continuos. Tampoco calculó que el desarrollo capitalista suele ir acompañado de cierta modernización, expresada en el aumento de sectores intermedios a los cuales pertenecen los estudiantes cuyos reclamos no solo son sociales sino, además, políticos. Sigue...