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« Último mensaje por Brotes en 24 horas »Velatorio en la oficina 252 y en el Waterloo de Puigdemont
09.07.2023.-Claves para entender por qué los europarlamentarios fugitivos del 'procés' hablaban cuchicheando y mirando al suelo. Y por qué Marcela Topor, la esposa, estaba inquieta...
Toni Comín, diputado europeo huido de España, permanece bajo el dintel de la puerta del despacho de Carles Puigdemont con la cabeza gacha mientras habla con otros tres o cuatro políticos independentistas. El ex president está en el interior de la oficina, -la 252 de la planta cuarta del edificio Spinelli, sección E del laberíntico Parlamento Europeo- reunido con el abogado de ambos, Gonzalo Boye, ultimando el contenido de su inminente comparecencia ante la prensa.
Es miércoles 5 de julio y lo que podía haber sido una fiesta, un impulso a su desafío, un cuestionamiento de la calidad democrática del Estado español, se ha convertido en otra cosa, en todo lo contrario, en una derrota que ellos desean parcial, porque apenas hace media hora (9.30) que el Tribunal General de la Unión Europea ha desestimado el recurso presentado a la suspensión de su inmunidad y esa decisión da vía libre al juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena -que acusa a Puigdemont y a Comín de malversación agravada y desobediencia por la convocatoria del referéndum ilegal y la proclamación exprés de independencia- pueda volver a dictar una orden de detención internacional contra ellos. La tercera en discordia, Clara Ponsatí, no está en los aledaños de ese despacho. Va a su aire.
En realidad, aquello parece un velatorio. Quizás por la inesperada configuración del espacio, en un edifico enorme y lleno de claridad, un pasillo estrecho que se abre tras un improbable recodo y en el que apenas iluminan unas luces lúgubres. También puede contribuir a esa sensación que los interlocutores hablen cuchicheando, con los brazos cruzados, mirando al suelo.
Comín se percata de una presencia extraña al grupo. Sorprendido, esboza una sonrisa amable y pregunta en francés si hay algo en lo que pueda ayudar. Todavía no ha terminado la frase cuando la jefa de prensa del ex president se da cuenta de lo que ocurre y procede a desalojar con suma amabilidad a la reportera de Crónica. «No es por ti, es que podrían venir otros periodistas», dice, mientras llama con marcial destreza al ascensor. El día anterior ha denegado la solicitud de conversación con Puigdemont a este suplemento, al mismo tiempo que concedía varias entrevistas a medios catalanes. A las doce es la rueda de prensa.
Ese miércoles crucial para el independentismo o para Puigdemont, Marcela Topor, su esposa, espera visiblemente nerviosa en la zona de acreditaciones del Parlamento Europeo. Son las 8.38. Unos minutos antes, ha estado recabando los permisos para entrar, una parte de la delegación de respaldo al president llegada de Cataluña, en total unas 50 personas de todos los partidos, asociaciones y agrupaciones independentistas; incluido un enviado de la Generalitat presidida por Pere Aragonés al que han reprochado que no se haya desplazado hasta allí a pesar de que Puigdemont, siempre que ha podido, ha echado espumarajos por la boca, no contra él sino contra Oriol Junqueras, el presidente de ERC, la formación que Aragonés coordina. «Desleal», «falso», ha escrito de Junqueras el huido, que no perderá oportunidad, también ese día, de señalar como cobardía, no su propia decisión de escapar en el maletero de un coche el 29 de octubre de 2017, sino la de su antiguo vicepresidente económico de asumir las consecuencias ingresando en prisión, pactando con el gobierno socialista y aceptando bajarse de la vía unilateral hacia la independencia tras recibir un baño de realidad. En su empeño de pergeñar la estrategia y el liderazgo del muy dividido independentismo, su rabia contra los discrepantes la vuelca sin tapujos en Oriol el cardenal quien, por otra parte, también se la jugó.
«Buenos días, Marcela, disculpe ¿tiene un momento?». Marcela, pantalón negro y camisa blanca con un amplio cuello repujado medio sonríe, duda , parece que va a contestar, pero antes de que diga nada, la asesora que le ha puesto Junts interviene tajante, como si la actriz, reconvertida en periodista, fuera una menor de edad que no sabe o no debe hablar. «No va a hacer declaraciones, entienda que esta es también una situación muy difícil para la familia», dice.
Y verdaderamente lo es. Después de años de separación y de que sus hijas, Magali y María, ahora con 16 y 14 años, tuvieran que desplazarse cada 15 días a Bruselas para ver a su padre, la familia decidió en 2021 que vivirían todos juntos en la casona de Waterloo, donde Puigdemont instaló ya hace seis años la representación institucional de su quimérica república catalana. Las niñas, ya adolescentes, fueron a Bélgica. estudiaron en el colegio francés del lugar donde Napoleón perdió la gran batalla, no se adaptaron y madre e hijas decidieron regresar a Girona donde vivían antes de que todo empezara. Puigdemont suele desplazarse con frecuencia hasta lo que él denomina Cataluña norte, a unos 40 minutos de la localidad donde fue alcalde. Marcela Topor sabe, cuando se está acreditando, que, si a su marido le quitan definitivamente la inmunidad, no va a poder desplazarse hasta Francia porque los franceses tienen menos miramientos con él que los belgas. También está pendiente durante estos días de su futuro profesional y de sus ingresos económicos.
Carles Puigdemont y Marcela Topor cayeron rendidamente enamorados la primera vez que se vieron. Ella era una estudiante de idiomas de una universidad rumana que participaba en un evento teatral que Puigdemont organizaba. Él pidió la mano de la mujer a sus padres y se casaron por lo civil primero y por el rito ortodoxo en Rumanía. Poco tiempo después, Topor fue contratada como presentadora del programa de entrevistas internacionales Catalan Connections, del Punt Avui TV, el medio en el que había trabajado Puigdemont, que recibe 2'8 millones de subvenciones de la Generalitat. Cuando Puigdemont se fugó, la diputación de Barcelona, presidida por el partido de su marido, la contrató para el programa The Weekly Mag por el que, según el portal de transparencia, cobra 36.000 euros limpios cada 6 meses, 6000 euros al mes por una emisión de 120 minutos.
En estos momentos, ese contrato está en peligro porque en las últimas elecciones el PSC fue el partido más votado para dirigir la Diputación, aunque ni con los votos de la CUP supera los resultados obtenidos por ERC y Junts. Marcela Topor tiene motivos para estar preocupada porque, al igual que ha ocurrido en el Ayuntamiento de Barcelona en las municipales, su contrato, el único realizado a una persona física por la empresa, depende del PP, es decir, de si el PP otorga el gobierno de la Diputación a los socialistas.
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