Para empezar, hemos de comprender que nuestro amor es un reflejo nuestro, hecho a nuestra imagen y semejanza, no a la de la persona amada. En él proyectamos lo que somos. Como debe ser una solución, sobre él se vuelcan las debilidades que tengamos: dependencias, miedos, vergüenzas, rencores... Pero también nuestros ideales: fortaleza, fidelidad, generosidad, creatividad... por eso dicen que el amor es ciego: no vemos a la otra persona, sino lo que a nuestro Matrix le interesa que veamos. Nuestra incapacidad de ver al ser amado como cambiante, independiente y ajeno, nos conduce a la constante sorpresa. Taoísmo puro: mientras más seguros estamos de nuestra relación, más fácil es perdernos la realidad. Y así vienen esas sorpresas: de estar aparentemente bien a terminar, incluso de un día para otro.
¿La pasión desaparece? Claro, su función es sexual, no puede durar, no ese ese su objetivo, y nuestro cuerpo tampoco puede aguantar semejante sobrecarga; es homeostático, tenderá a neutralizarla para seguir funcionando. Pero como el amor es un entramado diseñado para el largo plazor (ya no basta con el sexo, por sí solo no garantiza el éxito de nuestros genes), sustituimos la pasión por un sentimiento gratificante y duradero. ¿Y cuál es? Salvo perversiones del carácter, el sentimiento más apacible y satisfactorio que conocemos: el cariño. Normalmente es el primero que aprendemos, por eso lo asociamos tanto a la infancia (aquí tenemos la reminiscencia de nuevo), y por eso es tan fácil emplear esos apelativos con la pareja: chati, cari, etc. etc... sólo falta gugu y tata. Incluso buena parte de las relaciones consiste en recreaciones de otra verticales conocidas: paterno-materno filiales, como tanto le gusta a Freud. Qué tiernos nos ponemos. Y así, de paso, no perdemos de vista el mundo de la infancia, por aquello de la procreación. Estos genes nuestros son potentes.
Resumiendo un poquillo, es interesante destacar que, puesto que el amor es de nuestra cosecha, sólo nosotros somos responsables del mismo; por lo tanto es injusto e inútil andar culpando a la otra persona de los defectos de nuestro modelo. Y teniendo en cuenta que es un entramado lo suficientemente fuerte como para cambiar nuestras vidas, merece la pena tenerlo activo. Como tal es un valor en sí mismo: La persona destinataria es, en realidad, un motivo ocasional. Sólo nos enamoraremos si queremos que sea así, y viceversa. No es cuestión de dramatizar.
Eso sí: si, además, la persona que nos acompaña en ese viaje es maja, miel sobre hojuelas. Enhorabuena a los premiados.
Por otro lado, mi parte humana, muy Beatle ella, siempre se reafirma: all you need is love. Ratararara... porque, baby, you're a rich man too... qué bonito es el amor. Como diría Oddball, de los violentos de Kelly, es un bonito puente...